EL RÍO INFINITO. POR CHARLIE BRAVO

Para Monchi, que lo lee desde otra dimensión../ Blog de Zoé Valdés

Monchi comenzó su largo viaje, que no es el final, aunque no sepamos donde está el destino de ese viaje, cuando me llegaba la noticia de la filtración del último álbum de una de sus bandas favoritas, Pink Floyd, The Endless River, o el río infinito. En su casa, refugio de muchas temporadas, escuchábamos a Pink Floyd, sin imaginar que un día yo tendría la obligación triste de escribir un tributo a mi amigo, tal y como los otros dos integrantes de Pink Floyd, han escrito un tributo a un amigo desaparecido, pero que nos guiña un ojo desde algún lugar. Así van las cosas.


The Endless River es un álbum de lujo, aunque la timorata y pacata prensa dizque especializada le dedicó un tibio recibimiento. No es la obra cumbre de Pink Floyd, claman, pero apunto que no tiene que serlo. Para mi este álbum de estudio, el número quince para la banda, después de dos décadas de ausencia, es la mejor despedida que pueden ofrecer al público cuando ya no está uno de los artífices del sonido Pink Floyd de la era Post-Barrett. Teniendo en cuenta que es una banda donde sus miembros no solo vienen del mundo de las artes visuales, sino que también se convirtieron en visionarios y creadores de un género musical innovador, la pérdida de un tecladista como Rick Wright hace seis años ha marcado de modo muy fuerte a los otros dos miembros del trío. Las visuales de Rick Wright, con su sonrisa y su fino andar a diez dedos por las ochenta y ocho teclas multiplicadas ad infinitum de sus teclados, permanecen grabadas en las imágenes mentales que provocan cada una de las partes del álbum en cuatro movimientos que sirve de despedida a la banda.

A veces es necesario romper toda la porcelana, para comenzar de nuevo, explorando la mente a la vez que se explora la prolongación del ser que es el instrumento musical.

Muy interesante es también la portada, que fue diseñada tomando como base la ilustración de un artista adolescente, el egipcio Ahmed Emad Eldin, un confeso fan de Pink Floyd descubierto por Audrey Powell del estudio de diseño Styrologue. La imagen me recuerda ciertas fotografías de un joven Rick Wright, de modo indirecto, y el mensaje visual me hace resonar los acordes impresionistas de Wright en un modo muy particular. Es una de esas imágenes que uno ve, y la música comienza a tomar forma en la imaginación.

Imagen, imaginación. La naturaleza de la música y de la escultura es una sola. Goethe debió mencionar a la escultura –sin mezclarla con la arquitectura- cuando dijo que la arquitectura era música congelada. No creo que congelada, creo que solidificada, pero con un calor humano muy particular. La música es arquitectura y escultura líquida para los sentidos, también con una temperatura particular y con un mundo de color que no todos pueden ver a ojos cerrados.

Los cuatro movimientos del álbum tienen su origen en piezas y grabaciones inconclusas de Rick Wright en los teclados, el resto de la banda y los músicos de sesión que les acompañan construyen un entramado de ritmos alrededor de ellas, con la participación del famoso físico Stephen Hawkins como una voz fantasmal. Hawkins también tiene un parlamento en el penúltimo disco de la banda, The Division Bell. Por cierto, este álbum debe considerarse una continuación conceptual de The Division Bell, y toma el título de una frase presente en el mismo.

La guitarra de David Gilmour sale al encuentro muchas veces de los teclados de Wright, y los solos se desarrollan alrededor de temas definidos por los teclados, a veces de modo coral, a veces a modo de diálogo entre los dos instrumentos. La percusión de la mano de Nick Mason complementa muy acertadamente la conversación entre Gilmour y Wright. Es sorprendente ver como Wright vive a través de su música en este álbum, tal como si Gilmour y Mason fueran a una sesión espiritual para colaborar con él en el estudio. Quizás. Ojalá. O quién sabe si solo fue un ejercicio de comunicación con el amigo y colega, si uno no supiera que ya Wright no es parte de este mundo, no se daría cuenta que ha colaborado desde otra dimensión.

¿Y qué hay en esa otra dimensión? No lo sé. Sé que hay personas que viajan a voluntad de esa dimensión a la nuestra y que nos dan el privilegio de estas visitas. Sé que nos sonríen, o nos reprochan, y sé que los grandes artistas viven eternamente, tal cual un viejo miembro de la familia o un amigo que nunca se nos va por completo.

La colaboración de los músicos de sesión en este álbum es crucial, tal como lo es la de la periodista y escritora Polly Sampson, la esposa de Gilmour, a ella debemos el magnífico poema-canción Louder Than Words , más sonoro que las palabras, que es el único tema cantado del álbum, en la voz de Gilmour.

Les recomendaría escuchar The Division Bell, primero. Luego un álbum llamado On an Island, de Gilmour en solitario –pero con la colaboración de Wright- y en tercer lugar The Endless River. Luego pueden escoger entre algunos de los albums de rarezas que se han producido, pero no deben olvidar escuchar las descargas grabadas en el estudio flotante de Gilmour.

Los ángeles a veces tienen alas invisibles, las despliegan a voluntad, cuando creen que les necesitamos. No suelen equivocarse mucho, por suerte para nosotros, los espectadores. Un día, todos aprenderemos a volar.

Charlie Bravo.

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