El rescabucheador del hospital

En cada consulta de ginecología en Cuba se mantiene un nivel de irrespeto elevado. Si te quejas, te dicen: “¡Si todas tienen lo mismo!”, “¿qué es lo que tú quieres que no se vea?”, o “¿qué tienes tú diferente?” CubaNet

LA HABANA, Cuba. -Mi papá cuenta que cuando mi mamá estaba embarazada, allá por los años 70 del pasado siglo, en Cuba se sucedían los apagones. Cuando ella acudía al médico para un reconocimiento, la doctora, para alumbrar la sala, abría la ventana. “No te preocupes, lo que queda al frente es un edificio abandonado”, les decía a las pacientes que, de pronto bajo la luz exterior, se encontraban como protagonistas de un show pornográfico.

Él no me lo dice, pero me imagino que mi padre tenga pesadillas recurrentes en las que aquel edificio estaba lleno de espectadores agazapados, que disfrutaban de un show con mucha variedad, dada la cantidad de mujeres que se atendían diariamente en aquella consulta. El único consuelo que aún le queda es que a las “artistas” no se les veía el rostro.
Cuarenta años después, en cada consulta de ginecología en Cuba se mantiene un nivel de irrespeto elevado. Pasando por alto los grupos de estudiantes de medicina que aparecen de pronto cuando ya la paciente está “en posición comprometedora”, está el asunto del entra-y-sale de personas que a veces pasan hasta para saludar. La ausencia de una sabanita durante el reconocimiento, hace una grandísima diferencia.
A veces, el doctor no abandona el local mientras la paciente se viste. Y así, una serie de malos procedimientos relacionados con la privacidad de las mujeres, agravados por el hecho de que si una se queja, la mayoría de las veces la respuesta es algo parecido a: “¡Si todas tienen lo mismo!”, “¿qué es lo que tú quieres que no se vea?”, o “¿qué tienes tú diferente?”.
En enero de 2014, el Hospital Ginecobstétrico Ramón González Coro, además de estar atestado (por tener que suplir la demanda de del hospital Maternidad de Línea, que estaba cerrado), se hallaba también en reparación. Allí fui a dar con mis contracciones, a la sala de prepartos, y al llegar noté que por fuera de las ventanas de cristales había hombres trabajando. En la parte de adentro, subidos detrás de una pared, se veían cabezas de hombres que estaban repellando.
Habían dispuesto camas y sillones para cualquiera, o sea, cuando te tocaba el reconocimiento te podían subir en cualquier cama. La salita de al lado de la mía tenía varias parturientas con sus acompañantes, muchachos estudiantes, doctores y personal de todo tipo, además de las cabezas repellando. Al rato de llegar escuché a una pujando, y resultó que el procedimiento en ese momento era pujar delante de todo el mundo y cuando ya estabas lista, te llevaban para el salón de parto.
A muchas se les salía el muchacho en el preparto, no entendí nunca ese procedimiento. Por suerte, cuando me tocó, ya era de noche, y los obreros y estudiantes se habían ido en su mayoría. Las muchachas habían parido casi todas y pude dedicarme a lo mío con la presencia de mi mamá y alguna ayudante, nadie más.
Lo más triste sigue siendo que todas las afectadas dan esta situación como natural. Nadie se queja ni reclama nada; no creen que puedan hacerlo cuando el servicio es gratuito, o sea, te lo están regalando.
Ayer iba caminando por la calle y vi que de una ambulancia bajaba una camilla con una ancianita en su bata de casa. Por supuesto, sin una sabanita que le tapara las piernas. Me imaginé que de ser yo su pariente, hubiera reclamado algo para taparla. Sin embargo, ya imagino la respuesta: “¡Ay, mija, sábana para qué; a esa edad quién va a estar vacilando a esta señora…!”

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