Miami: ¿indolencia o inmunidad?


FRANCISCO ALMAGRO | Miami /DDC

Algo sustancialmente distinto está sucediendo en el Miami profundo con la emigración masiva de cubanos a través de las fronteras centroamericanas. Mientras ciertos líderes comunitarios, periodistas y organizaciones caritativas del exilio comienzan a apelar a la solidaridad con los balseros terrestres, no acaba de constituirse una ola de donaciones y ofrecimientos de albergue para los miles de varados en Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador…
La pregunta se la están haciendo muchos, aunque casi nadie la discute: ¿cuando entren los cubanos a Estados Unidos, qué va a pasar? ¿Vendrán todos a Miami o serán repartidos por otros Estados? ¿Va a dar fondos especiales de asistencia el Gobierno o el dinero saldrá de los contribuyentes?

Es contraproducente el interés mostrado por algunas autoridades centroamericanas e instituciones del exilio por resolver este dilema humanitario, y la apatía de cientos de miles de cubanos de la ciudad a donde, se supone, quieren llegar la mayoría de los encallados. No hay una movilización masiva para ir levantando los albergues, los comedores, las clínicas y los servicios que necesitará la nueva migración si se decide que es en la "ciudad del sol" donde deben hacer escala o asentarse definitivamente.
Suponemos que los oficiales electos, además de luchar diariamente con las quejas del tráfico, la delincuencia, los salarios y las pensiones de policías y bomberos, tengan ya un plan contingente preparado.
Es un fenómeno curioso, diríase que casi singular, pues en medio siglo, cada vez que ha sucedido una fuga masiva —¿una migración forzada?— los cubanos de la otra orilla han sido comprensivos y cooperativos. Fue así en el Mariel, a pesar del escozor que provocó la jugada de Fidel Castro, que puso a deambular por las calles de la ciudad a locos, asesinos y violadores. Y fue así cuando el éxodo del 94 o "crisis de los balseros". Entonces hubo hombres de negocios, artistas y políticos que visitaron Guantánamo. Hubo envíos masivos de alimentos, ropa y hasta juguetes para los niños. A pesar de la agreste geografía y la vida de campamento, los miles de cubanos allí concentrados sintieron que no estaban solos y que, algún día, saldrían hacia Estados Unidos. Miami, una vez más, fue solidaria con este cimarronaje moderno.
Pero el Miami de ahora no es el de Camarioca, del Mariel o el de Guantánamo. Los emigrantes cubanos tampoco son los mismos. En el Miami de la segunda década del XXI los salarios continúan bajos y apenas alcanzan para pagar la renta y los altísimos seguros, los trabajos siguen escasos y cada día más exigentes, y la población latina se diversifica al punto de que ya no es el Miami de los cubanossino también de los venezolanos, los argentinos y los colombianos. Miami ya no parece la Tierra Prometida o el lugar de las oportunidades que pintan quienes viajan a Cuba con cadenas de oro y gusanos de 120 libras.  
Por si no bastara, la propaganda castrista —y también la liberal de aquí— ha logrado sembrar la ideade que los cubanos que emigran hoy día no son iguales a los de hace 45, 35 o 25 años. Es cierto que muchos emigrantes han colaborado con esas presunciones; basta ir al aeropuerto un día cualquiera y revisar la lista de pasajeros. Un porciento elevado regresa a Cuba en cuanto son residentes permanentes. No muestran el menor sonrojo en decir que no tienen miedo, que en la Isla nadie les hizo nada, que vinieron para tener mejor vida y que la política no les interesa.
En Cuba, el régimen también ha vendido la idea del emigrante económico. Eso puede ser discutible en teoría pero no en la práctica cuando de más de veinte vuelos diarios se bajan cubanos en los aeropuertos de La Habana, Camagüey y Santiago de Cuba con una sonrisa de oreja a oreja, llenos de regalos para la familia, y sin que les tiemble el pulso para invitar a un par de cervezas a quienes le hicieron la vida imposible apenas un año y un día antes.
Para desgracia adicional, la mayoría de los entrevistados en Costa Rica no tienen bagaje cultural ni perspicacia para defender la idea de que son una emigración política. Casi todos dicen querer venir a Estados Unidos —a Miami— para darles un futuro a sus hijos, para tener más oportunidades, y para ayudar a la familia que quedó en Cuba. Es como si todo el mundo, Gobierno cubano, políticos norteamericanos, y cubanos detenidos en su ruta a Estados Unidos, se hubieran puesto de acuerdo para negarse el amparo político y humanitario que el caso requiere.
La reacción de quienes viven en Miami debe ser comprendida. Y del mismo modo, discutida. Pues la situación es compleja. El cubano asentado en esta ciudad y que ha sobrevivido a Camarioca, Mariel y Guantánamo ha desarrollado cierta inmunidad ante la desgracia de sus compatriotas. Inmunidad en el sentido que se pregunta por qué ser solidario con quienes no escapan diciendo que buscan libertad, por qué los detenidos en su travesía terrestre no enarbolan un solo cartel contra la "revolución cubana", por qué gritan libertad a unos policías nicaragüenses que tal vez tienen más hambre que ellos, y en Cuba jamás se unieron a las marchas frente a la Iglesia de Santa Rita. 
En un artículo anterior, a principios de esta crisis, citábamos la frase de San Agustín que anima a ser implacables con el pecado y misericordiosos con el pecador. En este caso, sería aconsejable separar lo humano de lo social y lo político, y acabar con todo aquello que conduce el pecado, es decir, a la falta, al daño a las personas.

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