Muchos turistas dicen que quieren visitar la isla antes de que se produzcan verdaderos cambios para ver las ‘ruinas’
Numerosos paladares y negocios por cuenta propia está en manos de los herededores de los ‘generales’ y conocidos personajes de la cultura
La nueva clase quiere recuperar los privilegios que sus antepasados disfrutaron durante el castrismo
AC, o “antes de Castro”, y también BC, before Castro, son medidas de tiempo de los exiliados cubanos. Se diría que Miami, desde hace casi seis décadas, vive en un universo paralelo con su propio calendario alternativo.
Los últimos acontecimientos han venido a despertar al Rip Van Winkle criollo. Ahora debe encarar el hecho de que el mundo cambió en su ausencia y que ya a nadie le importan sus tragedias. La gente ha olvidado las guerrillas y los paredones, y también las hambrunas, la escasez y la represión. Increíblemente, el comunismo se perfila como la alternativa del futuro ecológico, y un viejo socialista de Vermont, como el Comandante Esposito en la película Bananas, promete que hablaremos en el lenguaje de los escandinavos.
Por su parte, el turista americano que visita La Habana exige que no termine la ilusión. “¡Quiero ir a Cuba antes de que se llene de McDonald’s!”, es una frase repetida hasta la náusea. La nostalgia ya está con nosotros, laostalgie que precede las debacles políticas; pero, contra toda evidencia, el exiliado cubano insiste en que el castrismo no ha muerto, o lo que es aún más patético: que el exilio es todavía “el Exilio”.
En La Habana, una junta de ingenieros está encargada de la preservación del derrumbe para uso espectacular: conservar la belleza de los escombros –que es la auténtica obra revolucionaria– y retocar los restos decimonónicos y los coloniales. El castrismo se deconstruye y su desmontaje se ha vuelto un asunto de microgestión. Mientras que Fidel Castro convalece de su interminable dolencia intestinal, en las entrañas de la urbe florecen los negocios gastronómicos. Es decir: el capitalismo reingresa a La Habana por la puerta de la cocina.
Los que comenzaran como simples “paladares” hoy son feudos, diminutas comarcas desprendidas del monopolio estatal, verdaderos castros que se levantan a las faldas del Castillo. Allí, una febril actividad semiclandestina pasa bajo la vista gorda de la realeza. Poderosos sobrinos, ahijados y primos, o simples socios comerciales, viajan a Walmart y Costco y se pertrechan de muebles, vajillas, cubiertos y menús. Barcos fantasmas zarpan discretamente del río Miami y atracan en el puerto del Mariel.
Tres jóvenes emprendedores abrieron el restaurante El Cocinero en los antiguos predios del aceite del mismo nombre. Allí cenan Sting, Susan Sarandon, Beyoncé y Rufus Wainwright cuando están de vacaciones en El Vedado. Los herederos del difunto Tony de la Guardia son los dueños del elegante Río Mar, donde almuerzan embajadores y hombres de negocios. Los hijos del coronel “Furry” Colomé abrieron el bistro Starbien, que es la revelación gastronómica del momento.
En estos establecimientos se come y se bebe como en las mejores trattorias de Brickell, South Beach o Sunset Drive. A veces toma meses conseguir una reservación, y muchas de ellas se hacen desde Miami, Madrid y Nueva York. El legendario paladar La Guarida, donde se filmó Fresa y chocolate, es hoy un espacio lujoso, con salones de fiesta, una fuente iluminada del siglo XVIII y recintos de exhibiciones con pisos de mármol. Un inversionista español se propone meter la cuartería donde está ubicada la fonda dentro de un cubo de cristal que preserve el cotizado deterioro del período totalitario.
Poco a poco, pero solo en ámbitos fiscalizados, regresan las reglas de hospitalidad y cortesía de la mano del arte perdido del buen yantar. También retorna una semblanza de productividad y laissez-faire: los camareros ganan 5 CUC diarios, más propina y el 10 por ciento de las ganancias. Hay un asomo de legislación laboral a tono con las exigencias de la nueva clientela. Esa nueva clase, integrada por arribistas, buscavidas, tratantes de la transición, traficantes de favores y diversos cazafortunas, reclama los privilegios que sus antepasados disfrutaron en la primera época del castrismo, aquel quinquenio dorado de libertinaje.
El mundo pasó la página del Floridita, la Bodeguita del Medio, incluso del Monseñor y Tropicana, al tiempo que cerraba el capítulo de la política preObama. Obviamente, ni a los propietarios ni a los comensales de Esencia, el exquisito boliche de Lisandrín Otero, ni a los de la Fábrica de Arte Cubano, del músico X-Alfonso, puede atraerles la idea de la “disidencia”, al menos en su configuración actual, y puestos a escoger –si es que la barriga llena produce algún día el eructo del sufragio– elegirían al socialista Bernie Sanders antes que a Ted Cruz, Marco Rubio. . . o McDonald’s.
Escritor cubano residente en Los Angeles
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