Dos días que conmovieron a Cuba

En las próximas semanas tendremos tiempo para identificar en su totalidad la connotación del histórico viaje del presidente Obama a Cuba. Su impacto me recuerda los círculos concéntricos que se abren en el agua a la caída de una piedra y se expanden poco a poco. Pero es posible adelantar algunas conclusiones. 

La principal conclusión es que, por un tiempo, el país seguirá pareciéndose al que encontró a su llegada, pero no será el mismo. Tres sismos sacudieron a Cuba en apenas 48 horas.
Primero. La fábrica de percepciones y exportación de imágenes edulcoradas de la realidad cubana sufrió un golpe demoledor. Ese es uno de los tres pilares principales del totalitarismo, junto a la represión y la dependencia total del ciudadano respecto al Estado.
Al interior de Cuba sufrió un fuerte golpe la idea organizadora del régimen: la inevitabilidad de carecer de derechos políticos y civiles en una plaza sitiada.
El conflicto externo se desvanece y deja al desnudo la matriz del conflicto endógeno: un modelo de Estado que niega a los ciudadanos el derecho a ejercer libremente la soberanía sobre su país y la autodeterminación sobre el régimen de gobernabilidad que prefieren. 
Por otro lado, Raúl Castro hizo añicos la imagen mediática que le venían construyendo por casi una década. Echó por tierra la ficticia personalidad de dirigente moderado, abierto a todos, pragmático y eficaz. Desde la mezquindad del recibimiento —en que ni siquiera ofrecieron un paraguas al presidente Obama y su familia para bajar del avión bajo la lluvia—, hasta el despliegue frente a las cámaras del mundo entero de la represión contra las Damas de Blanco el Domingo de Ramos. A lo cual se sumó una desastrosa conferencia de prensa, en la que el general presidente hizo gala de su incapacidad y autoritarismo. El planeta pudo constatar, como testigo de primera fila, la distancia que separa al Raúl "de exportación", de aquel otro —muy diferente— que los cubanos se ven obligados a consumir a diario.
Segundo. Obama anunció que la fiesta ha terminado. Explicó a sus renuentes anfitriones que ha llegado al límite de las concesiones unilaterales posibles por vía ejecutiva. El levantamiento del embargo corresponde al Congreso y nadie —puntualizó el presidente de Estados Unidos— puede predecir cuándo eso ocurrirá. Hizo el inventario de sus medidas presidenciales y recordó que permanecían sin ser aprovechadas por el Gobierno cubano, que solo se interesa por aquellas que beneficien a las empresas estatales. Les hizo saber que si deseaban el levantamiento del embargo tendrían que dar pasos no solo económicos, sino también en materia de libertades y derechos humanos para proveer argumentos a aquellos congresistas que desean alcanzar el levantamiento de las sanciones.
La razón por la cual Obama ha podido emprender acciones ejecutivas, que favorecen al sector no estatal emergente, es porque al no existir ese sector cuando se aprobó la ley Helms Burton, está exento de las sanciones. Obama es contrario al embargo, pero solo puede ser derogado por el Congreso. Él lo sabe aunque a veces sobrepasa los límites de su poder ejecutivo en su afán de debilitarlo. Raúl Castro lo sabe también, pero sigue usándolo contra Obama para tratar de salvar su retórica de plaza sitiada, mientras niega a los emprendedores cubanos la posibilidad de sacar ventaja de las numerosas medidas adoptadas por el presidente estadounidense en su favor.
La razón es muy simple, pero ha permanecido oculta por varias décadas: a los Castro les interesa exclusivamente la fortaleza y prosperidad de su poder. A las empresas estatales las manejan antojadizamente como si fueran propiedad suya, no del país. Por vez primera un presidente de los Estados Unidos pudo desnudar ante millones de cubanos pegados a sus televisores esa realidad, al hacer evidente el egoísmo de negar a los emprendedores cubanos los beneficios de la nueva política estadounidense.
Tercero. El presidente Obama abogó de forma explícita por la adopción de un modelo que fomente la prosperidad con libertad. Los Castro solo aspiran a modernizar el autoritarismo con los recursos que se deriven de la flexibilización del embargo.
En su discurso televisado en vivo a toda la Isla, Obama expuso su criterio de forma respetuosa pero eficaz y clara. "No puedo obligarles a estar de acuerdo conmigo, pero ustedes deben saber lo que pienso. Creo que cada persona debe ser igual ante la ley. Todos los niños merecen la dignidad que viene con la educación y la atención a la salud, y comida en la mesa y un techo sobre sus cabezas. Creo que los ciudadanos deben tener la libertad de decir lo que piensan sin miedo de organizarse y criticar a su Gobierno, y de protestar pacíficamente; y que el Estado de Derecho no debe incluir detenciones arbitrarias de las personas que ejercen esos derechos. Creo que cada persona debe tener la libertad de practicar su religión en paz y públicamente. Y, sí, creo que los electores deben poder elegir a sus gobiernos en elecciones libres y democráticas".
Como muestra palpable de que no estaba dispuesto a hacer concesiones en este campo, Obama impuso su voluntad de reunirse con disidentes y opositores que él mismo escogiera y les reiteró su admiración, reconocimiento y apoyo. Escuchó las críticas y sugerencias sobre su nueva política hacia Cuba, respondió, uno a uno, a las inquietudes de cada interlocutor y reiteró en privado el compromiso que ya había hecho público con las libertades y derechos humanos en la Isla.
En una reunión con emprendedores comparó el embargo con el régimen de gobernabilidad vigente en la Isla: "Si algo no funcionó en 50 años, hay que cambiarlo. Eso se aplica a lo que está haciendo Estados Unidos", pero "también para Cuba", indicó Obama.
"No roben ideas de lugares donde no funcionan, hay modelos económicos que no funcionan y esa no es una opinión ideológica de mi parte, es una realidad objetiva", afirmó, además de poner el desarrollo alcanzado por Miami como monumento de la laboriosidad e ingenio de los cubanos exiliados, a cuyo patriotismo y dolor ya se había referido anteriormente. 
Y fue en ese contexto de emprendedores en el que Obama situó el genuino valor trascendente de internet. No como simple derecho político de acceder a opiniones diversas, sino como derecho al desarrollo, como vía para conectar a Cuba con el siglo XXI.
A lo largo de cada intervención Obama encontró algún momento para recordar a todos que Estados Unidos estaba dispuesto a facilitar las transformaciones, no a imponerlas. La magia narrativa de la plaza sitiada se ha agotado. "Muchos sugerían que viniera aquí y le pidiera al pueblo de Cuba que echara abajo algo, pero estoy apelando a los jóvenes cubanos, que son los que van a levantar algo, a construir algo nuevo. El futuro de Cuba tiene que estar en las manos del pueblo cubano."
Y mirando hacia Raúl Castro aseveró: "Y al presidente Castro —a quien le agradezco estar aquí hoy— quiero que sepa, creo que mi visita aquí demuestra, que no tiene por qué temer una amenaza de Estados Unidos. Y teniendo en cuenta su compromiso con la soberanía y la autodeterminación de Cuba, también estoy seguro de que no tiene por qué temer a las voces diferentes del pueblo cubano, y su capacidad de expresarse, reunirse, y votar por sus líderes".
Raúl Castro decidió despedir al presidente que no quiso recibir. Su "viejo gobierno de difuntos y flores" había sido sacudido en apenas dos días. Creí adivinar alivio cuando el Air Force One remontó vuelo y se alejó del Aeropuerto Nacional José Martí.
¿Ha escapado "el genio" de la botella? No. Pero pudo asomar la cabeza por dos días fuera de ella para atisbar un futuro posible —y mejor— que el que hoy existe.
La política de Obama requiere, sin duda, de ajustes y mayor focalización. La apología acrítica del 17D daña su capacidad de autocorrección. Pero los cubanos en la Isla y el exilio también necesitan identificar consensos básicos para poder impulsar —de un modo más eficaz— los cambios que realmente merecen. Sin embargo, creo que están en mejor posición para afrontar ese reto después de este viaje.

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