¿Qué bolá, Raúl?


Hoy, que se celebra el Día Mundial del Idioma Español, nos preguntamos: ¿qué idioma se habla en Cuba?/Cuba Net/sábado, abril 23, 2016 | Ernesto Pérez Chang

LA HABANA, Cuba.- Para los cubanos, un “almendrón” no es una almendra gigante pero tampoco lo son todos los autos antiguos que ruedan por la isla. De igual modo, una “jinetera” o un “jinetero” tampoco son personas dedicadas a la equitación y aunque, indiscutiblemente, pudieran ser consideradas prostitutas, hay especificidades de la práctica del jineterismo que no lo circunscriben solo a lo sexual sino que lo aproximan mucho más a lo picaresco.  Es igualmente un jinetero tanto quien se acerca a un turista para sacarle dinero como el oficial de aduanas que engaña o chantajea en busca de un soborno; también lo son el artista o el funcionario del gobierno que cortejan o adulan a un extranjero con el fin de saquearlo.

Como en otras realidades, hay que conocer el contexto para poder traducir en plenitud los significados de algunos términos de la jerga popular, así como para estar al día con aquellas que se vuelven una “moda léxica” pasajera o que se inscriben para siempre en el uso cotidiano debido a una situación política o económica.
Pasarán muchos años para que “paladar”, “merolico”, “fula”, “riquimbili”, “midoldo”, “quimbar”, “trompeta” (en su acepción de “delator”), “sin cráneo”, “raspar” (en su significado de “conseguir”) desaparezcan del inventario de palabras y frases que tipifican el español que hoy hablamos en Cuba, mientras que el uso de otras estará marcado por el tiempo que dure el éxito de alguna telenovela o canción, como es el caso de “apululu”, que ha dejado “mareao” a cualquiera que no conozca  el tema de DJ Yom, por el sinnúmero de sentidos que posee la expresión.
El español que hablamos en Cuba nunca ha sido ese modelo que pretenden algunos “puristas” que, tras la aparente custodia de un “patrimonio”, solo demuestran ignorancia sobre los mecanismos de cambio que dan vida a toda lengua. Hablamos en español, de eso no hay dudas, pero en el nuestro, es decir, el que se ha enriquecido con términos de todas partes del mundo y hasta con inventos nacidos en los barrios, en la diáspora, en los exilios, en las prisiones y en las misiones, y no por ello deja de ser exquisito y abundante en matices.
No importa el nivel cultural que se tenga, para muchos es más cálido, afectuoso, un “Qué bolá”, que ese castizo “Buenos días” u “Hola”, para no hablar de esa formalidad “revolucionaria” acompañada de ese temible “Estimados compañeras y compañeros” que en numerosas ocasiones ha precedido, en las intervenciones públicas de los dirigentes cubanos, una retahíla de noticias nefastas.
Los ataques de algunos periodistas e intelectuales oficialistas a la frase de saludo  “Qué bolá” que usara el presidente Barack Obama durante su visita a Cuba, pudieran ser vistos como una pequeña constatación de la existencia de un abismo entre la lengua que hablan los cubanos en las calles y el repertorio anquilosado, arcaico, de un poder que insiste en quedar a la rezaga de una época que no se actualiza, lo que se infiere de las reacciones y la terminología de locutores y panelistas en los medios de propaganda del gobierno donde la palabra, la lengua, la comunicabilidad están totalmente reguladas, normativizadas por este, además que lo proyecta, lo reproduce, lo representa.
El poder político en Cuba se ha creado una jerga propia, a pesar de que muchos de los dirigentes sin dudas conocen  y usan en sus ambientes familiares, en sus círculos de amistades, esa habla popular tan propia y tan cubana que no tiene que ser obligatoriamente una aliada de la chabacanería o de la pobreza de vocabulario.
“¿Por qué no le hablan al pueblo con esos mismos giros y modos, con esa cercanía? Mira qué bien le funcionó a Obama el uso de una frase en apariencias insignificante”, opinaba un amigo escritor en los días de la visita del presidente norteamericano a Cuba.
Con esa sola frase el “sempiterno enemigo” se ganó la simpatía de los cubanos. Los dirigentes actuales, si en verdad pretendieran actualizar algún “modelo” debieran comenzar por hablarle al pueblo en su mismo idioma y darle el debido descanso a esa jerga rara, de escuela del PCC o de matutino escolar con la cual, por un lado, pretenden un discurso populista, pero por otro les revela esa “pinta” de clase privilegiada. Se insiste en el cambio de mentalidades pero el lenguaje que usan, las consignas que reiteran, son el mejor reflejo de una mentalidad que se resiste a la evolución.
No es necesaria una disección lingüística de los discursos que nos llueven a diario desde el poder para  verificar que existe una fatal incomunicación entre el gobierno y los cubanos de a pie.
En Cuba, como en el antiguo Egipto, sucede que una lengua hablan los sacerdotes y otra los constructores de pirámides (que, al final, terminaban, literalmente, perdiéndola). No existe hoy una comunicación real entre los “de allá arriba” y los de “aquí abajo”. Los primeros son crípticos, incomprensibles y, en consecuencia, lo que no comprendemos causa temor, pero, del otro lado del “canal comunicativo”, en los mismos territorios del poder, viven la incertidumbre, la sospecha  y la decepción porque ese código de la calle, que usara el “enemigo” de visita, no debiera reflejar a ese proyecto fallido de hombre nuevo, no contaminado, que aún en la conceptualización del modelo socialista ha de mantenerse, como en los años más oscuros de la revolución, siendo ideología y concepto, ambos muy distantes de  encarnar en un verdadero ser humano de la era 2.0.
“¿Te imaginas a Raúl saludando a la gente con un Qué bolá?”, me preguntó alguien durante los días del congreso del PCC. Pretendía corresponderle con uno de los tantos chistes que había escuchado durante las jornadas en que se paseaba la Bestia por las calles de La Habana, pero me hizo uno fabuloso: “Esa hubiera sido la mejor señal de cambio”.

Comentarios