Una muerte tan anunciada


Por Zoé Valdés/Libertad Digital
Un muy deteriorado Fidel Castro, a punto de cumplir los noventa años (en el próximo mes de agosto), anunció en la clausura del más reciente de los congresos del Partido Comunista de Cuba: "A todos nos llegará nuestro turno", refiriéndose muy probablemente a su muerte. O igual no, igual se remitía a la futura muerte de su hermano, que cumplirá ochenta y cinco años en junio.

El caso es que por primera vez Castro I da a entender que su desaparición definitiva y la de los dirigentes de la vieja guardia estaría cercana y añadió que sus ideas comunistas quedarán ahí, en legado permanente. Al menos esa es su ilusión, y ya sabemos que quien vive de ilusiones muere de desengaños.
Mientras los militares, bajo órdenes suyas, cómo de otra manera, construyen ahora el capitalismo salvaje con la misma fe y convencimiento con la que construyeron el comunismo, él sigue aferrado a la ideología que le ha servido de pretexto para encarcelar, torturar y asesinar a inocentes por más de cincuenta y siete años. Sí, Fidel Castro no sólo ha envejecido mal, además se dice y se contradice constantemente. Propio de una mente senil y atormentada por viejos y oscuros fantasmas.
Su muerte, tan augurada por otros en el pasado y desde el exilio, pronósticos que, como hemos corroborado, no pasaron de ser meros chismorroteos, es ya, visto lo visto, por fin un asunto abordable, puesto que él mismo ha tocado sin sutilezas el tema. Se trataría, lógicamente, de una muerte natural. No ha tenido que salir nadie del exilio o del supuesto enemigo a dejar rodar la bola de que Fidel se está muriendo o se murió. Ni ha sido ni será un bombazo del exterior, mucho menos un ajusticiamiento interno. A lo mejor ya está muerto, se nos ha ido de a poco delante de nuestros propios ojos, pero sólo él se ha atrevido a confesárselo en voz alta.
Un paneo de las cámaras por el público de militantes mientras Fidel pronunciaba esas palabras (tan alentadoras para algunos de nosotros) descubrió a una cantidad numerosa de rostros bañados en lágrimas, llorando a moco tendido, como un adelanto de lo que será el Gran Llanto del Pueblo combatiente y viril el día en que de verdad lo parta un rayo (un suponer).
¿Será a causa de tan importante anuncio que una ramerita platanera de las del cambio fraude mentía en una entrevista al declarar que, hoy por hoy, hay colas de colas, interminables según ella, de cubanos que se largaron del país huyéndole al castrocomunismo y que ahora añoran regresar desenfrenados a Cuba? ¿Será que los cubanos somos tan pérfidos que después de tantos años batallando en un exilio digno querríamos regresar a un país destrozado, a una isla de limosneros, sólo para gimotear desconsolados ante el tan ansiado final del dictadorzuelo caribeño?

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