Hollywood regresa a La Habana: por todo lo bajo


Una película sin ningún valor que la distinga/CubaEncuentro-Roberto Madrigal, Cincinati | 06/05/2016 3:41 pm

Si no fuera por el valor histórico de ser el primer largometraje americano rodado en La Habana desde 1959, no habría ninguna razón para dedicar una línea a Papa: Hemingway in Cuba, un filme sin ningún valor distinguible.
Las dos últimas películas americanas rodadas en Cuba, al menos parcialmente, en 1959, fueron Cuban Rebel Girls y Catch Me If You Can. La primera se debió al confundido entusiasmo revolucionario de Errol Flynn, quien la escribió e interpretó el personaje principal: un periodista americano que colabora con la guerrilla de Castro. Es un filme horrible y fue dirigido por Barry Mahon. La segunda es otro olvidable y olvidado filme, dirigido por Don Weis y en el que actúan Gilbert Roland y Dina Merrill. Cincuenta y siete años después, La Habana no corre con mejor suerte.

Basada en una historia real, Papa: Hemingway in Cuba, difusamente cuenta la relación entre Ed Myers, un joven periodista de The Miami Herald , que en 1957 escribe una carta de admirador a Ernest Hemingway y este le responde y lo invita a La Habana. A partir de ahí se desarrolla una relación paterno-filial entre Hemingway y el joven periodista, quien llega boquiabierto a La Vigía, asombrado por el entorno y el estilo de vida de la villa.
Pero en realidad no hay mucha sustancia. Myers es un hijo de la Gran Depresión que fue abandonado por su padre durante unas Navidades, creció en un orfelinato y lleva años en busca de una figura paterna. Tiene una relación con una colega del periódico, pero se confiesa un hombre incapaz de sentir y expresar amor. Es un autodidacta que se enseñó a escribir con la prosa de Hemingway.
El supuesto interés de la trama radica en que Hemingway está siendo acosado por el FBI y además por la policía de Batista, ya que se sospecha que ayuda a traficar armas para los rebeldes, cosa que se afirma más tarde en una secuencia de la película. A pesar de la politización de la trama, el director no tiene idea de lo que está haciendo. En otra secuencia, Hemingway lleva a Myers a observar de cerca el ataque al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957. Los batistianos son crueles y los atacantes son “rebeldes castristas”. Pero esto es ficción y obviando las tergiversaciones históricas, lo que importa es la narrativa, que no puede ser peor.
Bob Yari (Irán, 1961), cuyo verdadero nombre es Babar Yagoubzadeh, tiene una larga carrera como productor (Factory Girl, The Illusionist, Agent Cody Banks, The Matador y muchas más), pero su único largometraje como director fue Mind Games (1989). Le tomó 36 años situarse de nuevo como director y no le sale mucho mejor esta vez. Es obvio, repetitivo y grave. Cada vez que Myers toma un avión para La Habana, nos muestra el Malecón, cada vez que Myers y Hemingway van al Floridita, sale el letrero en neón, como para reiterarnos la autenticidad del filme, no vaya a ser que entre bostezos se nos olvide donde se filmó.
Los cubanos aparecen como revolucionarios asustados, o como batistianos malévolos de ceño fruncido, o como nativos pintorescos y serviles. No hay otra opción. Inclusive Gregorio Fuentes, el capitán del Pilar, parece un pobre guajiro cubano, cuando en realidad era canario, pero había que ajustarlo al estereotipo.
Yari, quien por supuesto también produce, estuvo años dedicado a levantar este proyecto. Tuvo muchos tropiezos. Por una parte, la dificultad de obtener permisos de ambos gobiernos, el cubano y el americano, luego, tras el fallecimiento de Denne Bart Peticlerc, el guionista, quien fue el verdadero Myers, la viuda se resistía a venderle los derechos a la obra. Una vez resueltos los problemas, se enfrentó a la dificultad de trabajar con un equipo en el cual nueve de cada diez eran cubanos que no hablaban inglés y además, la falta de materiales técnicos existentes, la mayoría de los cuales tuvieron que ser traídos a la Isla y que según Yari los cubanos tuvieron que aprender a manejar.
La película tiene tufo a telenovela mala. Tomas largas para estirar las expresiones de los personajes, mientras estos miran al horizonte (como esperando para el corte comercial), prolongados intercambios de miradas, situaciones gratuitamente melodramáticas y secuencias de supuesto misterio para que el público se prepare para lo que viene, aunque nunca viene mucho.
Pero es que el guion de Peticlerc (y no sé cuánto le habrán cambiado), es telenovelesco. Peticlerc, quien aparte de periodista adaptó la novela de Hemingway Islands in the Stream, al cine, escribió mayormente series de televisión. Fue el creador de Bonanza y escribió además episodios de Shane y de The Wild Wild West.
Adrian Sparks, quien es un actor que se ha destacado en el teatro y a quien conocí por un premio nacional que ganó por su participación en una obra del Ensemble Theatre de Cincinnati, la ciudad en donde vivo, frente a las cámaras, ha desarrollado su trabajo como actor de telenovelas (The West Wing, Gilmore Girls, entre otras), y este es el tipo de trabajo que hace en este filme. Su Hemingway es televisivo. Peor aún, es un personaje sin vida, construido en base a lo que cualquiera puede saber de Hemingway revisando Wikipedia. A pesar de ser un retrato en la intimidad, no hay nada íntimo. Se presenta como una figura paternalista que dispensa consejos pontificadores y que es propenso a arranques de depresión y violencia. Una figura de folletín. Lo que salva a Sparks es su enorme parecido con el escritor.
Giovanni Ribisi (A Million Ways to Die in the West), es un actor eficiente que usualmente toca una sola cuerda dramática y que encarna a Myers con desgano y expresión estupefacta. En su relación con el personaje que interpreta Minka Kelly (también procedente de la televisión), no existe la menor combustión, no puede haber pareja más dispareja y poco creíble. Joely Richardson (Lady Chatterley, The Girl with the Dragon Tattoo) interpreta a Mary Hemingway como una histérica de hipersexualidad contenida, que resulta más cursi que otra cosa. Mariel Hemingway, la nieta del autor, se asoma fugazmente y con peluca negra.
Entre los actores cubanos que aparecen, todos en brevísimos papeles, están Alexis Díaz de Villegas, desperdiciado en el rol de un exguerrillero español, y Eduardo Almirante, quien no hacía cine desde El bautizo (1968), encarna a un torpe y timorato Gregorio Fuentes. No es su culpa, así fue escrito el papel. También aparece Verónica Lynn, como una vieja americana en medio de un bar, rodeada de jineteros (o lo que la película nos presenta como sus antecesores).
La fotografía de Ernesto Melara, está bien, sin que tenga nada especial, pero lo peor es el uso de la música, que siempre sirve para acentuar los locales y de nuevo garantizarnos que estamos en Cuba. La película contó con el apoyo del ICAIC. Para mí lo más interesante fue ver La Vigia desde varias perspectivas, algo que disfrutarán unos pocos. Nada, que entre todos los regresos de los americanos a Cuba en los últimos dos años, el de Hollywood ha resultado el de más bajo nivel.
Papa: Hemingway in Cuba (EEUU/Canadá, 2015). Dirección: Bob Yari. Guion: Denne Bart Peticlerc. Director de fotografía: Ernesto Melara. Con: Adrian Sparks, Giovanni Ribisi, Joely Richardson, Minka Kelly y Shaun Toub. De estreno amplio en todo Estados Unidos.

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