Droga, alcohol y cuchillo en La Habana, de noche y de día


Iván no puede ser mucho más joven ni viejo que yo, y vale una aclaración porque últimamente escriben y no quieren, se les olvido, o, sencillamente omiten mencionar el pasado. En Cuba, estando yo, hablo antes del 80, los Ñanñigos pasaron de ser una hermandad para convertirse en una agrupación de guapos, Fidel y pandilla se encargaron de eso, como se encargaron de acabar con la iglesia, arrancar el cuello y la corbata, restarle seriedad a la Masonería, Los Rosa Cruzes etc. Recuerdo perfectamente que teniendo yo como unos 8 o 9 años, no puedo precisar, en el Anfiteatro de Marianao, situado en la calle Paseo, la orquesta de los Van Van cantó, y la gracia era que la fiesta acabara en bronca, los cantantes incitaban al publico que tenia sus pencas de cerveza en la mano a que lloviera con un corito que decía así: si va a llover que llueva, lo que no quiero es chin chin; ya usted sabe, cerveza al aire y la galleta zata, sin contar que un navajazo en las nalgas o en la cara se lo daban a cualquiera, la guapería era una gracia, solo que se ha ido agudizando y ya aquello es un salvajismo total. A los carnavales no se podía ir, sin son ni ton, te pasaban por el lado y te dabas cuenta de que te habían picado una nalga con una navaja cuando te sentías la sangre caliente correr. En fin, no respeto a ninguno de estos escritores que parece que no vivieron o viven en Cuba, ponen un grano de arena y tapan el saco que pesa detrás, así no es la cosa, si van a denunciar, háganlo con la verdad, la total y absoluta verdad, si yo que llegue a Estados Unidos con 11 años no olvido esas cosas, ¿como las olvidan los que de ahí ni se han movido? Se acabo el querer, el sub-mundo cubiche no se acaba porque tiene sus rebullones y quienes lo alimentan. MB   
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Por Iván García Quintero/ Martí Noticias

En La Habana existen pandillas juveniles que se dedican a robar y prostituirse. Muchos se enrolan en el ñañiguismo o la masonería. Abusan de sus mujeres y sin motivos golpean a gente indefensa.
Ni siquiera era un teléfono sofisticado. Pero eso no le importó a la pandilla juvenil que pasada las doce de la noche asaltó a Carlos, 12 años, estudiante de octavo grado, para despojarlo de su móvil, una gorra de béisbol y cincuenta pesos (unos dos dólares).
Sucedió en La Víbora, barrio del municipio 10 de Octubre. Junto a unos amigos, Carlos navegaba por internet en el Parque del Mónaco, a media hora del centro de La Habana.
De regreso a su casa, transitaba por las inmediaciones de la parroquia de San Francisco de Paula, en Mayía Rodríguez y Espadero, a tiro de piedra de Villa Marista, cuartel de la policía política, cuando fue asaltado por varios jóvenes que empuñaban armas blancas.
El adolescente no ofreció resistencia. Entregó el teléfono, la gorra y el dinero. Pero antes de marcharse, los delincuentes le dieron una cuchillada por la espalda que por poco no le atravesó el pulmón. Carlos salvó la vida gracias a la cercanía del policlínico docente Luis Augusto Turcios Lima.
Hechos violentos como ése no son casos aislados en la capital. Aunque la prensa oficial guarda silencio, las broncas con armas blancas y asaltos para robarle dinero a las personas en la calle, móviles o prendas de vestir se suceden con más frecuencia de la deseada.
Las zonas y parques con conexiones wifi, donde la gente acude con teléfonos inteligentes, tabletas y laptops, se han convertido en una especie de carnada para los malhechores locales.
En medio de un calor de espanto, con las nuevas medidas del gobierno de ahorro de electricidad y combustible que presagian una versión light del Período Especial y una crisis económica estacionaria que se extiende por veintiséis años, los cubanos se preguntan si esa combinación de penurias, billeteras vacías y falta de futuro, no propiciará el caldo de cultivo ideal para la proliferación de bandas delictivas.
“Hay muchos jóvenes desesperados. Sin dinero y viviendo en hogares que son auténticos infiernos chiquitos. Para muchos de ellos, la salida es enrolarse en pandillas, prostituirse o cometer atracos. Los síntomas son muy peligrosos. La pobreza y vivir sin un proyecto de vida puede desembocar en un camino a la marginalidad y delincuencia semi organizada”, expresa un sociólogo habanero.
Según Orestes, guardia en un reclusorio juvenil, “el número de presos en edades comprendidas entre 12 y 16 años aumenta por año. La mayoría son negros y mestizos de familias disfuncionales”.
Las drogas y el alcohol son un catalizador de numerosos hechos de sangre en La Habana nocturna.
Llamémosle Adrián, un joven negro de más de seis pies de estatura, trastornado por el consumo de ‘cambolo’, una droga letal. Es una mezcla de cocaína con diferentes aditivos y genera una trágica adicción.
“Adrián sale todas las mañanas bien vestido de la casa. Y regresa en chancletas y con un short ripiado. Cuando se le acaba el dinero, entrega su ropa a cambio de una dosis de 'cambolo'. Para comprar drogas, se robó un televisor y algunos electrodomésticos”, cuenta el hermano.
A un amigo Adrián le quitó el móvil y a otro le cogió la billetera. Y su novia le ayuda a mantener la adicción, prostituyéndose por 10 cuc en los alrededores de un bar privado.
En La Habana existen pandillas juveniles que se dedican a robar y prostituirse. Muchos se enrolan en el ñañiguismo o la masonería. Abusan de sus mujeres y sin motivos golpean a gente indefensa.
Para demostrar su hombría, cometen delitos que van desde sustraer neumáticos, arrebatarle una cámara de video a un turista desprevenido o acuchillar a un niño, como Carlos, para robarle su teléfono móvil.
El pandillerismo en Cuba no tiene el poderío de los carteles delincuenciales de Caracas o San Salvador. Pero existe. Y la prensa oficial hace mutis.

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