La ilusión de un “Maleconazo”


En Cuba los residentes han pasado de asumir verbalmente una actitud política hipócrita —fuera por temor u oportunismo— a otra en que la política se omite, no se menciona/Cuba Encuentro
Redacción CE, Madrid | 19/07/2016 2:22 pm


La vuelta de algunos apagones, las reducciones de combustible y sobre todo el temor de que el país se encuentra a las puertas de otro “período especial” —aunque con otro nombre— ha despertado no solo temores en Cuba, sino también cierta ilusión más o menos manifiesta en determinados sectores del exilio, incluso se podría decir cierto paladeo, de que la situación podría llevar a un estallido social y ello traería aparejado el fin del régimen.

Esta búsqueda de una ilusión constante —muerte de Fidel Castro, desaparición del chavismo, Marco Rubio presidente— aflora con frecuencia en el exilio, y se justifica por razones políticas, emocionales y hasta de justicia. Pero trascenderla evita las subsecuentes desilusiones que traen aparejadas. Deslindar así posibilidades y circunstancias se transforma en un ejercicio necesario.
La existencia en dos momentos diversos de dos formas de apoyo, ayuda o subsidio internacionales —el soviético y el chavista— lleva a la comparación fácil de una repetición histórica. Pero al mismo tiempo alimenta la esperanza de que lo que no ocurrió entonces sucederá ahora. Esta es una de las razones por las que una advertencia de la proximidad de “una tormenta tan perfecta” despierte tanta atención. Sin embargo, más allá de las características propias de ambos patrones de suministro, que en décadas diferentes beneficiaron al Gobierno de La Habana, vale la pena centrar el análisis en las diversas circunstancias bajo las que se produjeron.
Peligro creciente
Lo primero es señalar que el peligro potencial de un estallido social está en aumento. Lo segundo es enfatizar lo que ha cambiado desde el 5 de agosto de 1994 en Cuba (fecha en que ocurrió el llamado “Maleconazo”) y lo tercero es ver las similitudes que se mantienen.
No es que de momento existan en la Isla señales evidentes de un descontento social, más pronunciadas que hace, digamos, tres meses. En Cuba se ha producido un cambio de circunstancias que a veces resulta difícil de entender desde el exterior. La actitud de un aparentar en todo momento de que se vive en un mundo de felicidad aunque con dificultades —efervescencia revolucionaria, solidaridad internacional combatividad absoluta— ha sido sustituida por otra en donde impera la queja a todo momento por una “situación” en que las dificultades se multiplican y no parecen tener fin. Aunque esta queja no tiende en concretarse en factores y causas relacionadas con la dirección del país. La gente se queja de la “situación”, pero elude hablar mal del “gobierno” y mucho menos de quienes los dirigen.
Lo curioso es que se ha pasado de asumir verbalmente una actitud política hipócrita —fuera por temor u oportunismo— a otra en que la política se omite, no se menciona, aunque continúe afectando las vidas de los ciudadanos. Si antes el cubano era politizado en extremo —aunque en muchos casos no sincero—, ahora tiende a expresarse con un recurrir constante a su entorno familiar o incluso de amigos y compañeros de trabajo: el pariente que vive en Estados Unidos o Europa, el amigo que se marchó y con el que ha vuelto a hablar al cabo de 20 años, el viaje que pudo o no pudo dar; la conversación tiende a la libreta de viajes, la hoja de peticiones, los recuerdos amargos y alegres y las esperanzas, si sobreviven. El ajiaco ideológico que hoy podría considerarse “discurso oficial” —si queda alguno— se complementa con esa especie de “hoja de ruta” personal, que en la actualidad exhibe cada cubano residente en la Isla.
Así que el anuncio de recortes en las entregas de petróleo desde Venezuela —y las señales que ya se han presentado de una posible crisis— despiertan temores en individuos cuya vinculación con el Estado no resulta tan estrecha como en la década de 1990, con independencia de que aún trabajen en dependencias o empresas estatales.
Diferencias sociales
Una de las diferencias fundamentales entre la situación cubana a finales del siglo pasado y la actual es la creciente importancia del factor dinero dentro de la sociedad.
Por décadas una de las estrategias favoritas dentro del exilio —la más conocida y discutida, y también la que acumula mayor número de fracasos— ha sido la utilización de la escasez y las dificultades económicas como factor principal que provoque un estallido social y político en la Isla.
Sin embargo, resulta un error hacer depender cualquier protesta de un empeoramiento absoluto del nivel de vida de la población. Más bien sería todo lo contrario.
Desde el punto de vista económico —y contrario a lo que podría pensarse inicialmente—, un agravamiento general de la situación económica no tiene que ser necesariamente el detonante.
Son las diferencias sociales, que se intensifican a diario en Cuba, las que más fácil prenden la mecha.
Por ello el Gobierno cubano se ha lanzado a una campaña de control de precios, y así tratar de atajar ese distanciamiento creciente, en la adquisición de productos y servicios, entre los que tienen más y los que tienen menos. Con independencia de que los instrumentos a que se recurren —control de precios— no resulten en última instancia los mejores, no cabe duda de que tras estas medidas está el temor de un aumento del descontento por las desigualdades crecientes.
Por otra parte, el énfasis en las medidas de este tipo evidencian que entre productividad y eficiencia, por un lado, y represión y control por el otro, el Gobierno se inclina por los segundos.
Represión y escasez
En un proceso que tiene como única razón de existencia el perpetuar en el poder a un reducido grupo, el mecanismo de represión invade todas las esferas de la forma más descarnada, y sin tener que detenerse en los tapujos de supuestos objetivos sociales, que en el proceso cubano desaparecieron o pasaron a un segundo o tercer plano hace ya largo tiempo.
La dictadura militar de los hermanos Castro no ha escatimado recursos en una maquinaria represiva eficaz, silenciosa y omnipresente, que tiende a destacarse por una actuación “profiláctica”, de control anticipado. Aunque en ocasiones no ha sido suficiente: la situación escapa de control y hay que recurrir a medios más burdos. Entonces el mecanismo de terror delega la ejecución de la represión en turbas, e incluso en ocasiones en grupos que hasta cierto punto podrían catalogarse de paramilitares. No son las autoridades, sino el propio “pueblo”, quien responde a las “provocaciones”.
Sin embargo, esta situación de “violencia revolucionaria” no puede ser mantenida de forma permanente en su versión más cruda, y el régimen lo sabe. Por ello dosifica una tensión diaria con esporádicos estallidos de saña y algarabía.
En este sentido, uno de los aliados que por décadas ha empleado el Gobierno cubano es la escasez. La falta, desde alimentos hasta una vivienda o un automóvil, ha sido utilizada tanto para alimentar la envidia y el resentimiento, como en ocupar buena parte de la vida cotidiana de los cubanos.
En tal situación, la corrupción y el delito han reinado durante todo el proceso revolucionario. La escasez actúa a la vez como fuerza motivadora para el delito y camisa de fuerza que impide el desarrollo de otras actividades. No se trata de justificar lo mal hecho, sino de aclarar sus circunstancias.
La escasez también ha sido usada para incrementar la delación y la desconfianza, a partir de la ausencia de un futuro en la población manipulada como el medio ideal para alimentar la fatalidad, el cruzarse de brazos y la espera ante lo inevitable.
Protestas y posibles protagonistas
El “Maleconazo”, algo que con los años cada vez más tiende a disminuirse, no fue un grito de libertad sino un aullido que buscaba escapar de Cuba.
Ahora Washington y La Habana tienen acuerdos migratorios y críticas mutuas sobre sus políticas al respecto, pero los dos están unidos tanto por la necesidad de evitar un éxodo masivo como por el interés de hacer todo lo posible para que no ocurre un estallido social. Lo demás son puras declaraciones.
Con las vías de salida más abiertas que en décadas pasadas —tanto las legales como las otras—, abandonar el país o estar fuera el tiempo suficiente para “recuperarse” o ganar algún dinero ocupa una importancia superior a cualquier impulso a manifestarse.
Hay además un importante aspecto que demora o impide un movimiento espontáneo de protesta masiva, y es la apatía y desmoralización de la población. La inercia y la falta de esperanza de los habitantes del país. Su falta de fe en ser ellos quienes produzcan un cambio. El Gobierno de los hermanos Castro ha matado —o al menos adormecido— el afán de protagonismo político, tan propio del cubano, en la mayor parte de los residentes.
El exilio como futuro —como alejamiento colectivo para ganar en individualidad— es un aliciente mayor que un enfrentamiento callejero. Más fácil se arriesga la vida en una balsa que en una calle. El desarraigo es preferible a la afirmación nacional limitada al concepto de patria, porque se llega al convencimiento —aunque sea intuitivamente— de que no hay nada en que afirmarse.
En primer lugar, la geografía como parte de la política. Puede que algunas protestas ocurran primero en el interior del país, pero deben escucharse en La Habana. La posibilidad de que el estallido popular ocurra primero extramuros obedece a factores económicos: la pobreza mayor en el campo que en la capital.
Otro factor a tener muy en cuenta es la composición étnica. ¿Cuál es el segmento que en la actualidad sufre más privaciones en Cuba? No hay duda que la población negra constituye el caldo de cultivo para un estallido social. Sus miembros son quienes tienen menos posibilidades de recibir dólares del extranjero y también a los que discriminan de los trabajos en hoteles, restaurantes y transporte de turistas. En igual sentido, carecen en su mayoría de viviendas con la capacidad suficiente para alquilar cuartos a extranjeros, ni poseen automóviles u otros recursos que les faciliten la adquisición directa de los dólares de los visitantes. Hay pocos negros dueños de paladares o propietarios de casas de huéspedes. Como una evidencia más del fracaso del régimen, han vuelto a ser relegados a las esferas tradicionales donde antes del primero de enero de 1959, el triunfo económico y social era un anhelo costoso y renuente. Para la población negra, el bienestar del dólar se limita a quienes se destacan en tres esferas muy competitivas: el deporte, la prostitución y el arte.
Fidel Castro logró sortear el “Maleconazo” de 1994 con una avalancha de balsas hacia la Florida. Esa salida está agotada. La represión en su forma más desnuda —arrestos y muertos— no conlleva necesariamente el inmediato fin de un régimen totalitario, pero en el peor de los casos lo tambalea frente a un precipicio.
Ningún dictador tiene a su alcance un manual que lo guíe, sino ejemplos aislados: los hay tanto de supervivencia —el caso de China— como de desplome —el de Rumania.
La naturaleza centralizadora y represiva del régimen siempre ha impedido crear una contrapartida en suelo cubano que avance más allá de las limitadas denuncias y violaciones a los derechos humanos y el trasiego cotidiano, por muchos años semiclandestino, para lograr la comida. Si la crisis económica actual cubana se transformará en un avance para las reformas o una retranca represiva está por verse, pero por lo pronto lo mejor es no depositar muchas esperanzas en este nuevo capítulo en que la historia parece repetirse, pero nunca es igual.

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