El Antiamericano


Escrito por Roberto Luque Escalona /Libre

No, no se trata de hombres nuevos, chivatientes o aserequevolás con el cerebro engrasado por la educación castrista. Hablo de cubanazos, de hombres a los que respeto y motivos tengo para respetarlos.

Uno, cuando George W. Bush ordenó atacar a Irak, pronosticó una derrota porque, recuerdo sus palabras a pesar del tiempo transcurrido, “los soldados americanos eran algo así como oficinistas”. El los conocía, porque había estado en el Army. Como es sabido, “los oficinistas” arrollaron a las aguerridas tropas de Saddam Hussein.


Años antes, en Etiopía, cuando un oficial le pregunto a Ochoa, si ellos podrían derrotar al ejército americano, el general castrista, que no era tan buena persona como mi amigo, pero sabía más que él de asuntos militares, respondió mirando al techo en silencio.

Hace quince años, mi hijo ingresó en el Army. Ya era sargento cuando participó en un entrenamiento de campo con otros 89 de la misma graduación. Nada de reclutas: sólo sargentos. De los 90 participantes, 30 no pudieron terminar debido a lesiones. Hace poco, fue mi hijo el que no terminó un entrenamiento similar cuando le rompieron dos costillas.

En fin, que no hay soldado mejor entrenado ni mejor para el combate que el americano. Aunque, claro está, no es lo mismo combatir bajo el mando de Patton que bajo el de Shafter, el gordo que estaba al mando en el ataque a Santiago de Cuba.

Otro cubanazo, miembro de la Brigada 2506, quiso lanzar al mar las cenizas de su hermano porque no quería que fuese enterrado en tierra americana, porque los americanos los habían traicionado en Bahía de Cochinos. ¿Los americanos? No. John F. Kennedy, que traicionó no sólo a la Brigada 2506, sino también a su propio país, cuyos intereses perjudicaba y perjudicaría el gobierno cuyo derrocamiento debió ser iniciado por la 2506.

Otra, de alguien que no conozco, pero de quien no tengo malas referencias, es la que equipara el comportamiento de las tropas americanas y británicas con el de las soviéticas en la ocupación de Alemania, concretamente, en lo que se refiere a las violaciones de mujeres alemanas.

La guerra siempre es embrutecedora y los que combaten por una buena causa no siempre son buenas personas. Los malos se vuelven peores cuando pasan por esa terrible experiencia. Así es la naturaleza humana, la de los rusos y la de los americanos. Además, en toda sociedad hay elementos de barbarie. Sólo que en el pueblo americano su presencia no es de la misma magnitud que en el ruso.

A la barbarie de los rusos  se agrega la de los pueblos del Asia central (kasajos, kirguizes, uzbekos) que eran parte de la Unión Soviética. Como ninguno de los cubanazos a los que me refiero fue miliciano, no leyeron Los Hombres de Panfílov, una novela sobre la defensa de Moscú durante la Segunda Guerra Mundial cuyos protagonistas son los soldados de un batallón de fusileros bajo el mando del teniente Baurdzhán Momish-Ulí. No suena muy ruso el nombrecito, ¿verdad? ¿Cómo va a sonar ruso si se trata de un kasajo, de la República Socialista Soviética de Kasajastán? Pues bien, recordando a Momish-Ulí y a los otros hombres que tenían por jefe al general Iván Panfílov (llamado Panfilov por los cubanos) me imagino como se comportarían con las rubias alemanas al entrar en Berlín. Por cierto, los kasajos, como todos los soviético-mongoles, son musulmanes, lo cual agrega ingredientes a la barbarie. “Hijos de Gengis Khan”: así llamaba Patton a los soldados soviéticos.

Comparar las violaciones perpetradas por soldados americanos con las que cometieron los soviéticos es, para decirlo de la manera más amable, absurdo. ¿Acaso el gobierno americano alentó esos desmanes como lo hizo el soviético? ¿Hubo aquí un escritor de renombre que convocara a la violación de las mujeres alemanas como hizo el ruso Ilya Ehrenburgh?

Si un soldado americano o británico violaba a una alemana, cometía un delito, que podía ser castigado o quedar impune, según las circunstancias. Si un soldado soviético violaba a una alemana no cometía delito alguno, ya que su propio gobierno, eso que Reagan llamaría “el Imperio del Mal”, lo había alentado a hacerlo.

No se trata sólo de que los elementos de barbarie sean de mayor magnitud en la sociedad rusa (para no hablar de los mongoles) que en la americana. Tanto o más importante es la influencia de una ideología totalitaria. El comunismo, el nazismo, el islamismo promueven la crueldad como instrumento de dominio y tienen una peculiar capacidad para sacar a la superficie cualquier maldad escondida. Personas que hubiesen pasado por la vida sin distinguirse por su perversidad, se convierten en notorios hijos de puta cuando los cubre el manto de una fe totalitaria. Yo los vi en las calles de La Habana en 1980. No eran del G-2 ni guardias carceleros, sino gente común y corriente convertidos de la noche a la mañana en feroces e implacables esbirros.

Para concluir, quiero dejar bien establecida mi lealtad a este país en el que recuperé mi condición de hombre libre. Martí murió “sin patria, pero sin amo” porque no tenía intenciones de permanecer aquí. Yo si las tengo. Cuba era mi patria; ya no lo es. Durante doscientos años fue la patria de mis tatarabuelos y tatarabuelas, y aún más atrás, que algunos de mis ascendientes participaron en la fundación de Holguín en 1736.

Todo eso se perdió. Hoy Cuba es un país poblado por gente con la que no me identifico, y gobernado por una gavilla de asesinos y ladrones a quienes tendría que pedirles permiso para ir allí de visita. No es ni puede ser mi patria. Mi patria es esta, donde nacieron mis nietos, donde moriré y me enterrarán. Donde recuperé mi condición de Free y puedo hacer valer la de Brave cuando lo estime necesario.

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