El Papa, Obama y Trump


Escrito por Roberto Luque Escalona    Martes, 30 de Mayo de 2017 15:15   /Libre

Desde que ascendió al pontificado el Papa Francisco ha estado pelándome la paciencia, proceso que ha culminado con la visita al Vaticano del Presidente Trump. Nada de particular ocurrió. Lo que me ha distanciado definitivamente de Francisco ha sido su lenguaje corporal ante el Presidente Trump y el que mostró ante el ex Presidente Obama. Evidentemente, nuestras preferencias políticas son del todo irreconciliables.

Para los gustos se hicieron los colores, los presidentes y los papas. A Francisco no le gusta Trump; en cambio, le gustaba Obama. A mi no me gusta Francisco; prefiero a Benedicto. Prefiero incluso a Juan Pablo, que nos regaló al nefasto cardenal Ortega y que tan cariñoso fue con Fidel Castro.

Lo de Francisco va más allá de afectuosos apretones a manos manchadas de sangre y de nombramientos al Colegio Cardenalicio. Se trata de que Francisco es peronista y esa es una enfermedad que no tiene cura. Como dijo otro argentino famoso también llamado Jorge: “Los peronistas no son buenos ni malos; son incorregibles”. El Papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio encaja a la perfección en lo dicho por Jorge Luis Borges. Como peronista que es, la redistribución de la riqueza, idea que comparte con Obama y de la que es enemigo Donald Trump, es su Evangelio político, evangelio que sólo ha traído pobreza y opresión a todos los países  en que se ha puesto en práctica.
Lo más irritante es que el Papa Francisco nació y creció en Argentina, uno de los países más golpeados por la redistribución de la riqueza. Sólo Cuba ha sufrido una devastación mayor. La diferencia en los niveles de destrucción en ambos países  está determinada por la capacidad de los destructores. Perón, un gran redistribuidor, y Evita, más redistributiva aún que él, fueron una desgracia, pero no se pueden igualar a Fidel Castro. Por eso Argentina está estancada y Cuba devastada, que no es lo mismo ni se escribe igual.

Durante nuestras largas vidas (la mía es apenas trece días más larga que la suya), Francisco y yo hemos sido testigo de los resultados de la redistribución de la riqueza. Ambos hemos podido comprobar que tal redistribución sólo trae pobreza y que los únicos beneficiarios de ella han sido los gobernantes redistribuidores, que siempre terminan millonarios, como Juan Domingo Perón, como Fidel Hipólito Castro, como Luiz Inacio  da Silva, alias Lula. ¿Por qué yo rechazo esa idea que un día apoyé mientras que Francisco se aferra a ella? Porque él, como bien dijo Borges, es incorregible. Yo no lo soy.

Es de señalar que la Iglesia Católica no ha sido ajena a la manía redistributiva. Algo de ella hay, aunque no mucho, en la Encíclica Rerum Novarum (De las Cosas Nuevas o Novedosas), dictada por el Papa León XIII a fines del siglo XIX, y que es desde entonces lo que se conoce como “la doctrina social de la Iglesia”, aunque el Papa Francisco parece preferir la Teología de la Liberación. En los 126 años transcurridos desde la Rerum Novarum el capitalismo ha generado más riqueza que todos los sistemas sociales anteriores y que el propio capitalismo en sus primeros siglos de existencia, mientras que los gobiernos dedicados a redistribuirla sólo han generado miseria y corrupción. El país natal del Papa francisco, donde transcurrió toda su vida hasta ser elegido Pontífice, es un ejemplo de ello.

Además de la riqueza material está la espiritual. El capitalismo no siempre genera libertad, pero es el único sistema capaz de generarla.  

No es de extrañar, pues, la frialdad del Papa con Trump y su anterior calidez con Obama, con quien incluso conspiró (aquello fue ni más ni menos que una conspiración) para sacar de la cárcel a los espías de la Red Avispa, uno de ellos convicto por complicidad en cuatro asesinatos. Como Francisco, Obama es partidario de la redistribución de la riqueza (no por gusto ya es millonario), fervoroso creyente en el cambio climático y promotor de la inmigración ilegal tercermundista.

Como ciudadano americano, voté por Donald Trump. De haber sido cardenal, jamás hubiera votado por Jorge Mario Bergoglio.

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