EDITORIAL: CARNE RUSA, MOJÓN COLUMPIÁNDOSE EN EL CEREBRO. POR ZOÉ VALDÉS


Por Zoé Valdés

Acabo de leer un artículo en El Nuevo Herald de Miami donde se asegura que “los cubanos de Miami” añoran la carne rusa. Hay hasta un video dando vueltas donde una gruesa señora aparece en uno de esos mercados miamenses que venden productos de la antigua URSS (para los cubanos nostálgicos de aquella basura) con una latica de carne rusa en la mano asegurando que a ella le priva y que es deliciosa.


Aquella carne rusa de la que fui víctima como todos los cubanos no había quien se la metiera, pero ya sabemos que a falta de pan, casabe. Primero cuando se abría la lata el mal olor o la peste que soltaba aquel graserío que traía dentro inundaba toda la casa, después había que extraerle aquel taco de grasa a lo como fuera, hervir la carne, lavarla y restregarla bien, tenderla al sol, y luego cocinarla. Tercero, si se comía con aquella grasa de las diarreas no lo salvaba a uno ni el médico chino, pero si por el contrario se secaba al sol entonces algo ocurría en ella, algo químico, que podías estar estreñida por lo menos tres semanas.

Verdad que hay que ser comemierda para, viviendo en un país como los Estados Unidos, donde los mercados están llenos de todo y de cualquier tipo de carnes con sus respectivos precios se sienta nostalgia nada más y nada menos que por los productos soviéticos, que ni los mismos soviéticos se acuerdan ya de ellos. Hay que ser un auténtico descendiente de Pavlov y su perrito para tener semejante mojón de carne rusa columpiándose en el cerebro. Pero ya saben que con los cubanos, eso es lo que trajo el barco.

Zoé Valdés.

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