El espía que vino del frío


Escrito por Roberto Luque Escalona   Martes, 09 de Mayo de 2017 15:02/Libre

Tal era el título de una novela de John Le Carré, muy buena, pero que no les recomiendo porque sé que a la gran mayoría de los cubanos no les interesa la literatura. Sin embargo, es posible que la conozcan en su versión cinematográfica, realizada en los años 60’ con Richard Burton y Claire Bloom como protagonistas.


De quien quién quiero hablarles es de otro espía, también venido de la fría Rusia soviética, aunque su lugar de nacimiento fue Vereda Nueva, un pequeño pueblo cercano a San Antonio de los Baños.

La semana anterior me referí a la masiva participación de cubanos en la guerra civil española, entre los cuales no hubo un solo miembro de la dirigencia comunista. André Marty (a quien Hemingway pone como un zapato en Por Quién Doblan las Campanas) era un dirigente de importancia en el partido comunista francés. Más importantes aún en sus respectivos países eran el italiano Palmiro Togliatti y el yugoslavo Josep Broz Tito. Victorio Codovila era el líder del comunismo argentino y David Alfaro Siqueiros el más renombrado de los comunistas mexicanos. Todos ellos participaron en la guerra civil española, cosa que no hizo ningún comunista cubano de renombre.

De los 1,200 cubanos que fueron a pelear por la República Española, los únicos no digamos famosos, pero que iban camino de alcanzar la fama, eran el periodista Pablo de la Torriente Brau (hombre de izquierda, pero que no militaba en el Partido Comunista) y el músico Julio Cueva, que ya estaba en Madrid el el verano de 1936. Otros cuatro alcanzarían renombre después de la guerra: Rolando Masferrer, un adolescente a su llegada a España, el locutor Manolo Ortega, eficaz anunciador de la Casa Bacardí y luego de la Casa Castro, Jorge Agostini, campeón nacional de esgrima, y aquel de quien quiero hablarles, aunque poco podré decirles, pues el sujeto era una especie de fantasma: Osvaldo Sánchez.

Nacido en 1912, muy joven ingresó en el Partido Comunista, poco antes o poco después del asesinato de Julio Antonio Mella. Marchó a España al comenzar la guerra civil y… se hizo humo. Desapareció en la inmensidad rusa.

Julio Antonio Mella no le agradó a Stalin. Tanto fue el desagrado que ordenó su asesinato. En cambio, Osvaldo Sánchez sí resultó del gusto no sé si de Stalin, pero sin duda de los stalinistas. Ingresó en el aparato de espionaje y subversión soviético y en él estuvo, entre operaciones y entrenamientos, desde el fin de la guerra civil española hasta el inicio de la subversión contra el gobierno de Batista. Algunos dicen que llegó a ser mayor general de la KGB. Sea cierto o no, fue un hombre muy importante en la red soviética para América Latina y clave en lo que se refería a Cuba.

Hay una foto suya junto a Camilo Cienfuegos: un hombre de baja estatura, regordete, calvo, de aspecto anodino, de esos en los que nadie se fija, ni los hombres ni las mujeres; el físico ideal para un espía.

En enero de 1959, al tomar el poder, Fidel Castro afirma una y otra vez que no es comunista. En el primer gabinete de su gobierno, porque suyo era, no hay un solo comunista. Sin embargo, el desconocido Osvaldo Sánchez es quien organiza la policía política, la bien llamada Seguridad del Estado, columna vertebral de lo que será la tiranía castrista, copia al carbón de la KGB soviética y la Stasi alemana, hecha para reprimir y para asesinar, en Cuba y fuera de Cuba. Desconocido era Osvaldo Sánchez para los que aclamaban a los rufos triunfadores. Desconocido era para casi todos aquellos rufos. No así para los capitostes del Partido Socialista Popular. Tampoco para Fidel Castro y sus secuaces más cercanos.

En enero de 1961, ya con todos los cabos amarrados, el espía que vino del frío muere de la manera más absurda: el pequeño avión en el que se dirigía a Varadero es derribado por la artillería antiaérea castrista, algo mucho más inverosímil que la desaparición de Camilo Cienfuegos. Es decir, parece inverosímil, pero de que sucedió no cabe duda.

Los motivos que tuvo Fidel Castro para ordenar la muerte de Osvaldo Sánchez son tan oscuros como los que llevaron a Stalin a ordenar la muerte de Julio Antonio Mella. Inescrutables son los objetivos y las motivaciones que mueven a esos seres diabólicos, tan distintos al común de los hombres.

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